Germán Velásquez ha sido una de las voces más críticas contra el poder desbordado de la industria farmacéutica en el mundo. A los 72 años sigue inamovible en su defensa de la sanidad pública y el acceso a los medicamentos esenciales en los países en vía de desarrollo. Muchas de las posturas que defiende desde hace décadas, y que lo han convertido en blanco de intimidaciones y amenazas, toman fuerza en medio de la crisis por el coronavirus.
¿Quién? Germán Velásquez, exdirector del Programa Mundial de Medicamentos de la OMS y hoy subdirector del organismo intergubernamental South Centre (Centro Sur) en Ginebra. Habla de: Las amenazas que ha recibido por parte de actores de la industria farmacéutica multinacional a raíz de sus críticas contra el sistema de patentes. También de la preocupación que le causa el proceso de privatización de la OMS en un contexto de pandemia y de crisis mundial. Involucrados: La Organización Mundial de la Salud, la Fundación Bill y Melinda Gates, la IFPMA (Asociación Internacional de Productores de Medicamentos), AFIDRO (Asociación de Laboratorios Farmacéuticos de Investigación) y el laboratorio suizo Novartis, entre otros. |
El manizaleño Germán Velásquez nunca ha sido un funcionario dócil con los intereses de las grandes corporaciones. Probablemente ese temperamento lo llevó a dirigir el Programa Mundial de Medicamentos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la posición más alta ocupada por un colombiano en esa agencia en las últimas décadas. Hoy, a sus 72 años, sigue repartiendo críticas contra los abusos e injusticias de la industria farmacéutica, a pesar de que sus familiares ya le han sugerido pensar en el día apropiado para abandonar sus antiguas batallas y retirarse para hacer lo que más le gusta. Él responde con certeza: “Bueno, entonces no me tengo que jubilar porque ya estoy haciendo lo que me gusta”.
Desde hace diez años es el subdirector del South Centre (Centro Sur), un organismo intergubernamental con sede en Ginebra formado por 54 países en vía de desarrollo entre los cuales ya no está Colombia. Recuerda que el expresidente Álvaro Uribe envió durante su segundo cuatrienio una carta en medio de una “rabieta diciendo que el país se salía, a pesar de que había sido miembro fundador”.
Sus férreas posturas en contra de lo que cataloga como el “monopolio” de las multinacionales farmacéuticas le costaron intimidaciones en 2001. Primero en Río de Janeiro con cuchillo; días más tarde una golpiza con pistola en Miami y para rematar una que otra llamada a deshora para recordarle que su línea de trabajo no era bienvenida en la industria.
Velásquez, filósofo, Ph.D. en economía de la salud por la Sorbona de París y Doctor Honoris Causa de la Universidad Complutense de Madrid, aprovechó dos interrupciones de la Asamblea Mundial de la Salud, el pasado 18 y 19 de mayo, para atender a La Liga Contra el Silencio desde su casa en un pueblito de la frontera franco-suiza donde Voltaire, otro filósofo y escritor, vivió sus últimos años de vida.
P. ¿Por qué decide salir de la Organización Mundial de la Salud (OMS)?
R. Fue exactamente hace 10 años. El motivo fue un desacuerdo con la directora general en aquel momento (la médica china Margaret Chan). Al comienzo de la pandemia H1N1 ella nombró un grupo de trabajo de unas 20 personas para que decidieran si se anunciaba como una pandemia o no. Yo estaba en ese grupo y con otros tres o cuatro integrantes nos oponíamos, porque a pesar de que la transmisión era muy rápida, la enfermedad era muy ligera y tenía muy poca mortalidad. La discusión estuvo rodeada de escándalos en los medios porque en cuestión de 24 horas la OMS retiró de la página web los criterios para declarar la pandemia, y a las pocas horas los volvió a poner, pero ya había desaparecido el criterio de la gravedad y la mortalidad de la enfermedad. Finalmente, dije una cosa que ahora está muy de moda, y es que si se declaraba la pandemia -con lo cual seguía en desacuerdo- habría que hacer un anuncio de que todos los medicamentos, tratamientos y vacunas debían ser declarados bienes públicos mundiales. A lo cual se negaron, evidentemente. Tuve la suerte de que alguien me propuso un trabajo en el Centro Sur, el organismo donde estoy ahora. Me fui de la OMS un viernes y al lunes siguiente, 1 de mayo, empecé en mi nuevo puesto.
P. Usted menciona los obstáculos de hace diez años para declarar los medicamentos contra la H1N1 como bienes públicos mundiales. El tema cobra relevancia una vez más con la crisis por la COVID-19.
R. Sí. En estos días desde diversos frentes se pone sobre la mesa una vez más la posibilidad de declarar la vacuna contra la COVID-19 como bien público mundial, fuera de las leyes de mercado. Lo dijo el presidente de Francia, Emmanuel Macron, pero yo no lo veo posible. Las leyes de propiedad intelectual farmacéutica son una enorme barrera para que eso se cumpla.
P. ¿Podría explicar brevemente cómo funcionan esas leyes?
R. La patente es un derecho territorial de exclusividad que otorga un monopolio. En principio cada patente farmacéutica tiene una duración de 20 años porque se argumentó en su momento que ese era un tiempo prudente para que las empresas o laboratorios recuperaran lo que habían invertido en investigación. Hoy se conocen varios casos en los que compañías farmacéuticas han recuperado por completo su inversión al año de salir al mercado con un medicamento. En el ámbito farmacéutico esto es una cosa relativamente reciente. Hasta hace 20 años, la mayoría de países en desarrollo e incluso algunos desarrollados como España e Italia, no otorgaban patentes para productos farmacéuticos. Pero hace 20 años , tras la creación de la Organización Mundial del Comercio, los Estados miembro firmaron el Acuerdo de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC), o en inglés el acuerdo TRIPS. Ese documento obliga a todos los miembros, que hoy llegan a 164, a implementar un sistema de patentes para todo tipo de tecnologías, pero sobre todo para lo relacionado con medicamentos.
P. ¿Tiene algún ejemplo concreto de un laboratorio que haya recuperado la inversión hecha en investigación tan rápido?
R.. En 2005 un pequeño laboratorio desconocido llamado Pharmasset tenía dentro de sus productos, todavía en fase de investigación, el Sofosbuvir, que sirve para tratar la hepatitis C. Por prácticas corrientes de espionaje entre las firmas farmacéuticas el poderoso laboratorio norteamericano Gilead Sciences, el mismo que estafó al mundo entero vendiendo montañas del medicamento antiviral Tamiflu y que años después se descubrió que no servía para nada, se da cuenta de que el Sofosbuvir es un medicamento interesante y prometedor y compra el laboratorio Pharmasset entero y termina desarrollando el Sofosbuvir. Antes de cumplir un año en venta con el Sofosbuvir, la compañía ya había recuperado cualquier tipo de inversión.
P. ¿Qué otras estrategias de ese tipo tiene la industria multinacional?
R. La industria además tiene maniobras para prolongar los 20 años de patente. Por ejemplo, antes de que caduque ese lapso que les otorga las leyes de propiedad intelectual, las farmacéuticas hacen lo que en el medio se conoce como evergreening, o reverdecer las patentes indefinidamente, haciéndole cambios muy pequeños a sus productos farmacéuticos, presentándolos como innovación, y logrando extender por otros 20 años el derecho de patente y por tanto el control sobre el precio de los medicamentos.
P. Cuando fue director de medicamentos de la OMS ¿sus denuncias empezaron a generar incomodidad?
R. En aquella época éramos un grupo de gente, y un grupo de varias ONG como Médicos sin Fronteras u Oxfam, que resultábamos molestos para la industria. Yo no estaba solo. Lo que incomodaba era precisamente nuestras propuestas para flexibilizar los acuerdos de propiedad intelectual, para lograr más y mejor acceso de los países en desarrollo a los medicamentos. Todo eso se sintetizó en un texto que se conoce como el ‘Libro Rojo’, que tenía como propósito explicar a los responsables de la salud del mundo entero que no tenían un background (conocimiento) jurídico, cuál era el margen de maniobra legal que tenían en el contexto de los nuevos acuerdos internacionales de comercio (ADPIC), para proteger el acceso a medicamentos.
P. ¿Se ha avanzado algo en esa dirección?
Con el tiempo algunos países han logrado mecanismos eficaces como las licencias obligatorias, que permiten a los Estados producir en ciertos contextos material patentado sin autorización de los dueños de los laboratorios, los dueños de las patentes. Estados Unidos es el campeón mundial de las licencias obligatorias y a la vez los campeones en oponerse a que otros países utilicen este mecanismo.
P. A raíz de todos estos debates, en 2001 recibió amenazas y agresiones físicas.
R. Sí. En Río de Janeiro dos tipos me atracaron y me cortaron el brazo. Pensé que se trataba de un simple robo. Días después viajé a otra reunión en Miami y en una calle que se llama Lincoln Road, otros dos sujetos me acorralaron con pistola y me cogieron a patadas. Cuando se estaban yendo, uno de ellos me gritó: ‘Esperamos que haya aprendido la lección de Río. Deje de criticar a la industria farmacéutica’. Diez días más tarde recibí una llamada anónima a mi casa de un tipo que me preguntaba si estaba atemorizado. Antes de colgar, lo único que dijo fue: ‘Lincoln Road, Miami’. Yo llamé a Ginebra y todo el mundo estaba muerto del susto. Después estuve un año viajando por el mundo con escoltas y todo tipo de medidas de seguridad aportadas por la OMS.
P. ¿Y ahí acabaron las intimidaciones?
R. Sí. Pero hubo otras estrategias, como cartas oficiales que yo vine a conocer cinco, seis, ocho años después. Solicitudes del gobierno de Estados Unidos, firmadas por la Secretaria de Estado de Bill Clinton, Madeleine Albright, a la directora de la OMS para que me sacaran de la organización. Dio la casualidad de que en aquella época brutal, la directora de la OMS era Gro Harlem Brundtland, una noruega que había sido dos veces primer ministro de su país. Eso le dio furia y no solo no me echó, sino que me promovió.
P. ¿Tiene alguna idea de dónde provenían esas presiones y amenazas?
R. Bueno… Hay una asociación que se llama la IFPMA, la Asociación Internacional de Productores de Medicamentos, dirigida por los Estados Unidos, pero donde los europeos también participan. Yo he asistido a reuniones gubernamentales, por ejemplo en Doha, donde vi al ministro de Comercio de los Estados Unidos salir de la sala para consultar con la gente de la industria, con los representantes de esa asociación, si estaba bien lo que estaba diciendo o no.
P. ¿Conoce algún episodio similar que haya ocurrido en Colombia?
R. Lo que ha habido en Colombia es un lobby bastante fuerte. Con suficiente fuerza como para quitar de su cargo a un personaje tan importante como Beatriz Londoño cuando era ministra de Salud durante el primer mandato de Juan Manuel Santos. A Beatriz la descabezó la industria. O como sacaron a Carolina Gómez, encargada de medicamentos, del Ministerio de Salud y luego del INVIMA. También bloquean la llegada de Claudia Vacca al INVIMA. En ambos casos la presión venía de AFIDRO, la asociación de laboratorios extranjeros en Colombia. De manera que lo que hay es ese tipo de lobby, que con una llamada a la Presidencia logran remover de sus cargos a personas que resultan molestas para sus intereses.
P. La Liga Contra el Silencio publicó un reportaje donde se evidenciaba la pérdida gradual de influencia de la industria farmacéutica de genéricos en Colombia. Ahora surge esta pandemia y el olvido y desprotección a la industria local ha llevado a que políticos propongan incluso la creación de una empresa farmacéutica estatal. ¿Qué opina al respecto?
R. Yo debo decir que el mercado farmacéutico colombiano lo conozco mal porque lo conozco a la distancia. Pero ahora con esta pandemia, por ejemplo en la India, ha habido un llamado urgente al Gobierno para que impida la venta de sus laboratorios de genéricos que en los últimos años estaban siendo comprados por transnacionales japonesas o americanas. El Gobierno ha frenado todo eso. Y en la misma línea de lo que me cuentas se vuelve a plantear la necesidad de tener una industria local fuerte. Incluso esa idea de que existan firmas estatales, financiadas por el sector público, vuelve a resurgir después de que había perdido fuerza hace años.
P. ¿Cuál es la empresa farmacéutica con peores prácticas empresariales?
R. Es complicado porque ellos compiten entre ellas para ser la peor, pero se puede medir con indicadores muy claros. Creo que con las prácticas más sucias últimamente es la empresa suiza Novartis.
P. ¿A qué indicadores se refiere?
R. Una forma de medir esto podría ser examinando la cantidad de litigios en Estados Unidos o Europa. Son denuncias en algunos casos de los mismos estados contra las empresas en grandes tribunales donde lo que sucede con frecuencia es que las multinacionales pagan multas enormes, de 500 o 600 millones de dólares, para acabar los procesos y seguir tranquilos como si nada.
P. Una de las quejas recurrentes contra la OMS, muy al tenor de la supuesta opacidad del Gobierno de China en la evolución de la pandemia, ha sido la falta de transparencia. ¿Coincide con esa crítica?
R. Yo creo que es clarísimo. En los últimos tres o cuatro meses muchos periodistas me han preguntado que si la OMS ha estado encubriendo a China. Yo coincido parcialmente. Ha habido una influencia del Gobierno de Xi Jinping que no ha sido transparente, pero al mismo tiempo no se debe desconocer que desde hace 20 años la OMS es manipulada por los Estados Unidos. Han puesto vetos, han cambiado resoluciones, textos, todo como ellos han querido.
P. ¿Algún ejemplo?
R. Justo después de la publicación del Libro Rojo, hace 20 años, sacamos una cartilla pequeña de seis páginas con un resumen del libro. Se imprimieron cinco mil ejemplares en las seis lenguas de la OMS. Cuando llegaron a distribuirla en la Asamblea Mundial de la Salud, los Estados Unidos pusieron una queja al director general y la mandaron a recoger. Se recogieron los cinco mil ejemplares que había por cada lengua, es decir, 30 mil copias de un documento de seis páginas a color. Los destruyeron todos porque en la tercera página, abajo, en letra muy pequeña, decía que el acceso a la salud era parte de los derechos humanos. Los Estados Unidos pusieron veto a que se mencionara la palabra derechos humanos.
P. ¿Hoy cuál es el mayor desafío de la organización?
R. Ahora el problema es la privatización de la OMS. Hoy en día tenemos sentados en los comités de expertos técnicos a representantes, por ejemplo, de la Fundación Bill y Melinda Gates, que también tienen representación permanente en el Consejo de administración del fondo Global y de Gavi, la alianza para las vacunas. Esa fundación, que es la segunda mayor donante de la OMS, le ha hecho un daño muy muy grave a la salud pública mundial. Bill Gates tiene acciones en GlaxoSmithKline, Eli Lilly, Johnson & Johnson, Merck y Pfizer, entre otras. Todos estos laboratorios a su vez también aportan a la OMS, a través de contribuciones voluntarias especificadas, lo que quiere decir que los donantes deciden en qué programas se debe invertir su dinero. Eso condiciona las decisiones de la OMS, pero además genera un conflicto de interés gravísimo y representa un caso de falta de transparencia muy delicado para una agencia que es la encargada de hacer políticas públicas en salud.
P ¿Ha habido alguna mención al respecto en la Asamblea Mundial?
R. Claro. En la apertura habló la presidenta de la Confederación Suiza, Simonetta Sommaruga. Y en su intervención, que a mí me dejó asustado, dijo lo que yo he sostenido desde hace varios años, y es que la OMS estaba en manos de contribuciones voluntarias y privadas. Dijo que hoy el 80 % del presupuesto de la OMS no viene de las contribuciones regulares públicas y que eso era un problema grave. Que los suizos, que son uno de los principales donantes, digan que la salud tiene que volver a adquirir un carácter público es un llamado bastante fuerte.
P. ¿Cree que la influencia del poder privado también ha obstaculizado la libertad de prensa en temas de salud?
R. En eso se ha avanzado mucho. Sin embargo conozco a periodistas de los diarios más importantes de Francia e Inglaterra que aún hoy no se atreven a escribir cómo funciona de verdad la incidencia del poder privado sobre la salud pública mundial. ¿Por qué? Entre otras razones porque, por ejemplo, la Fundación Bill y Melinda Gates organiza todos los años un viaje en su avión privado, en el que invita a 30 o 40 periodistas del mundo entero para visitar lugares como Bangladesh. O para ir a África. Les muestra todas las obras que están financiando, les toman fotos a las poblaciones locales mientras son vacunadas. Luego es muy difícil que saquen una primera página contra Gates y sus conflictos de interés en temas de patentes.