Vencedores del miedo: indígenas Nasa

En las cumbres montañosas del Cauca, los indígenas Nasa, hijos de la madre tierra, siguen en lucha por la defensa de la vida y con rituales buscan ‘sanar’ al territorio. En los últimos días sus líderes, guías espirituales y guardias han sido asesinados tras su acción colectiva de evitar que sus resguardos sean usados para cultivos ilícitos y escenario de violencia.

Por: Edilma Prada Céspedes

Agenda Propia

Esta historia comienza a tejerse desde enero de este 2019, cuando los Nasa en Toribío, Cauca, con rituales de armonización y diálogos colectivos alertaron de una nueva guerra. Desde la tulpa, el espacio donde comparten la palabra alrededor del fuego, un guía espiritual habló de la ‘enfermedad’ del territorio causada por los sembradíos de coca y de marihuana. Desde entonces, los líderes se aferraron al mandato de la comunidad. Mes a mes advirtieron de las amenazas y de los riesgos que padecen y juntos avanzaron en ‘limpiar’ sus resguardos y en exigirles a los grupos armados y de narcotraficantes que se fueran. Mientras cada puesta del sol, los miembros de la guardia indígena, conformada por mujeres, hombres, niños y jóvenes, agarraban sus bastones para proteger su cultura. Esta historia la tejemos con las voces y el sentir de los Nasa que con actos de resistencia vencen el miedo, pese a los crímenes y amenazas contra sus guardias y líderes siguen en pie de lucha. A través de una declaratoria de emergencia humanitaria exigen se les respete la vida.

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Un guardia Nasa porta el bastón como símbolo de defensa del territorio. / Foto: Luis Ángel.

Armonizando el territorio

El viento sopla frío y caen gotas de rocío de una cadena de montañas de cuyas faldas brotan gigantescas palmas de cera, el árbol insigne de Colombia. Hay nubarrones oscuros que advierten de un fuerte aguacero. Es un jueves de enero de este año, a las dos de la tarde, ahí mientras el ambiente es más frío, un grupo de líderes indígenas de la etnia Nasa caminan por las empinadas montañas del corregimiento de Tacueyó, de Toribío, Cauca, suroccidente del país. Otros llegan en camionetas blancas acompañados de escoltas diferenciales, sin armas. Todos van hacia la finca Torné, un espacio donde los indígenas hacen rituales de armonización y de diálogo. Allí, a dos horas de camino desde el casco urbano de Toribío por una carretera destapada y polvorienta, analizarán los riesgos y las amenazas contra sus dirigentes y el territorio.

Los indígenas, hombres y mujeres de contextura menuda y de estatura mediana, como son casi todos los Nasa, llegan al centro de pensamiento construido en forma de kiosko. El techo está cubierto de hojas secas de palma de cera. En la mitad hay tres piedras que hacen un fogón, es la tulpa y, sobre la tierra, hay ubicados 30 troncos que forman un espiral que simboliza para muchos pueblos indígenas en América Latina el camino de la vida.

Junto al fogón está thë’ wala o el médico tradicional. Eliserio Vitonás Tálaga, de 50 años de edad, de ojos oscuros y con una mirada serena, lleva puesta una ruana, de colores terrosos, elaborada en lana de ovejo, y cubre su cabeza con un sombrero artesanal. Los thë’ wala tienen la misión de guiar el camino para conectar con lo espiritual, el espacio y lo que acontece en sus vidas y en las comunidades.

Los indígenas en silencio se sientan en los troncos, mientras Eliserio, con un aguardiente artesanal y mezclado con plantas medicinales rocía el piso y las tres piedras de la tulpa; luego, bebe un poco. Él brinda con la uma kiwe o la madre tierra. Invita a los demás hacer lo mismo.

En lengua nativa, nasa yuwe, invoca a los “abuelos” o a los espíritus para que miren las dificultades y los guíe.

—La madre tierra está enferma.

Así inicia la ceremonia.

Se refiere a las intimidaciones y asesinatos de las que son víctimas sus líderes y al daño que les causa a los procesos comunitarios. Habla de los cultivos de marihuana y de coca que hay sembrados para uso ilícito, a la presencia de grupos que llegaron a Toribío promovidos por el narcotráfico, y a los jóvenes que se dejan influenciar por el dinero fácil. También de las familias que ven en esos cultivos una alternativa de subsistencia.

Por momentos hay silencio. Solo se escucha arder el fuego y el aguacero.

—Se siente desarmonía. A nuestro territorio llega gente de otra parte a poner el desorden, vienen con dinero para que se siembre la marihuana y la coca. Las plantas no son malas, pero la usan para hacer daño. No estamos de acuerdo, por eso debemos equilibrar nuestra casa.

Afirma el guía espiritual.

Los indígenas participan en un ritual de armonización. De las totumas rocían una bebida con plantas medicinales en las tres piedras, que significan la tulpa. / Foto: Luis Ángel.

Sus palabras de ese día fueron casi como premonición de lo que pasaría en el transcurso de 2019, que ha dejado 37 indígenas muertos en el norte del Cauca. Los crímenes más recientes son de los guardias Kevin Mestizo Coicué y Eugenio Tenorio, el pasado 10 de agosto en medio de una caravana en la vía Caloto – Toribío. Y el 26 de agosto, fue asesinado el comunero Iván Andrés Mejía, en el sector de El Palo, Caloto, límites con Toribío.

Ese jueves de enero, la misión era la de conversar y juntos decidir medidas urgentes. Lo importante es vencer el miedo.

Luego inicia el diálogo colectivo.

El primero en tomar la palabra es Rubén Orley Velasco Mesa, de 41 años de edad y líder del Resguardo de Tacueyó. Porta un sombrero tejido a mano con hojas de caña y lo bordea una cinta con los colores del arco iris, los mismos de la bandera de los pueblos andinos.

Rubén es uno de los líderes más amenazados de la zona. Lleva 21 años en la organización indígena y hasta el pasado mes de junio se desempeñó como gobernador del resguardo de Tacueyó. Su nombre está escrito en un panfleto de las ‘Águilas Negras’ y por su cabeza, es decir por asesinarlo, le pusieron un precio de cinco millones de pesos (unos 1.458 dólares). El mismo papel repartido por todo el municipio en diciembre de 2018 también circuló rápidamente por chats de WhatsApp y redes sociales. Su nombre no era el único, están otros diez líderes de la misma zona. Ese es uno de los panfletos que más recuerdan, que los atemorizó.

—¿Cómo lo toma uno?

Se pregunta.

—Con mucha rabia, que se coloque precio a la integridad de una persona, es lo más bajo que se puede ver.

Su voz se corta.

En Toribío, ubicado a dos horas de Cali y casi tres de Popayán, y en el norte del Cauca, cada semana aparecen mensajes amenazantes que generan zozobra. Uno de las más recientes es del temible Cártel de Sinaloa, grupo criminal mexicano, que se atribuyó el asesinato de los guardias indígenas. El 14 de agosto apareció otro panfleto. La ‘Columna Móvil Dagoberto Ramos’ declaró objetivo militar a la guardia de los Nasa. Según el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), este año han recibido 53 amenazas colectivas e individuales.

Rubén asegura que las intimidaciones se deben a los controles que establecieron en el territorio y a los mandatos de la comunidad de no permitir personas extrañas, restringir la movilidad de motocicletas en horas de la noche y empezar diálogos para erradicar los cultivos ilícitos que hay en su resguardo.

—No será un trabajo fácil.

Reconoce y lo expresa a sus compañeros que escuchan con atención, mientras sienten el calor del fogón.

Rubén Orley Velasco Mesa camina por el poblado de Tacueyó. Durante su periodo como autoridad tradicional llevó un mensaje de defensa del territorio. / Foto: Luis Ángel.

—El tema de los cultivos ilícitos no es un tema de ahora, esto viene de tiempo atrás, de la década de los 80´s con la marihuana, la amapola y la coca, a la que se le da otro uso. Llevamos más de tres décadas con la presencia de estos cultivos.

Describe al empuñar fuerte un bastón de chonta en cuya parte superior tiene tallado el rostro de un indígena. El bastón es símbolo de autoridad, lo portan los líderes y los miembros de la guardia. 

La ubicación estratégica de Toribío con los departamentos de Huila, Tolima, Caquetá, y el Valle del Cauca, su conexión con el interior del país, el sur y el Pacífico, ha hecho que éste sea un territorio de permanente confrontación.

En esas montañas están los cultivos de marihuana que crecieron rápido desde 2011 y se expanden por los municipios de Toribío, Miranda, Caloto y Corinto. El norte del Cauca es conocido por producir la cripy, una de las variedades de marihuana más apetecidas en el mundo.

Las autoridades tradicionales de Toribío calculan que más del 50 por ciento de las familias, que habitan en la zona rural, siembran marihuana. / Foto: Luis Ángel.
Una de las formas de ocupación de los habitantes de Toribío es cortar los moños de la marihuana y arreglar las matas secas para su comercio. / Foto: Luis Ángel.

También hay cultivos de coca. De las 169.000 hectáreas sembradas en Colombia a diciembre de 2018, 17.117 hectáreas están en Cauca, de acuerdo con el Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (SIMCI), de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. “En Norte de Santander, Bolívar y Cauca se concentra un incremento de 9 mil hectáreas”. En todos los resguardos del país, hay sembradas 16.588,64 hectáreas.

Adicional, las autoridades tradicionales calculan que un 50% de las familias que viven en zona rural están influencias de cultivos ilícitos. Toribío, conformado por los resguardos de Tacueyó, San Francisco y Toribío, lo habitan 30 mil habitantes, el 96 por ciento son indígenas Nasa. El 84 por ciento vive en área rural.

Este líder relata la historia que lleva acuestas Toribío y el norte del Cauca. Así explica lo que ocurre y que los más jóvenes entiendan lo que está sucediendo.

En la historia de Colombia, Toribío ha sido un escenario de guerra y de dolor, pero también es un lugar de lucha, resistencia y esperanza.

Por estas cumbres montañosas pasaron distintos grupos armados, como la antigua guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), movimientos insurgentes como el M-19 y el Quintín Lame. Los tres ya no existen. El último en dejar las armas fue las FARC, en noviembre de 2016, por el acuerdo de paz con el Gobierno después de cinco décadas de confrontación. En el acuerdo, uno de los puntos negociados es la sustitución de cultivos ilícitos y hasta la fecha sigue sin cumplirse.

En la memoria del conflicto, este pueblo es conocido por haber afrontado más de 600 ataques y hostigamientos, así como crímenes contra sus líderes y guardias indígenas, reclutamiento de niños y niñas, y violencia sexual contra mujeres.

De esos años violentos aún se recuerda la masacre de noviembre de 1985 que se extendió hasta enero de 1986. Fedor Rey, alias ‘Javier Delgado’ y Hernando Pizarro Leóngomez comandantes del grupo guerrillero disidente de las FARC, Columna Ricardo Franco, asesinaron a más de cien de sus compañeros. Otro episodio es el del 9 de julio de 2011, era un sábado, día de mercado, las FARC estallaron un bus escalera, una ‘chiva bomba’, cerca de la estación de Policía, provocando la muerte de tres personas cien personas tres muertos heridos.

Hoy la región del norte del Cauca es un territorio en disputa por grupos ilegales emergentes y narcotraficantes. Allí están las pugnas entre las disidencias de las FARC, del Ejército Popular de Liberación (EPL), del Ejército de Liberación Nacional (ELN), de Los Pelusos, del Renacer Quintín Lame, del Cártel de Sinaloa y grupos de paramilitares. Es un panorama confuso y aterra más con el anuncio de las FARC de volver a las armas. 

Relata Rubén alrededor de la tulpa. Todos escuchan atentos. Algunos toman nota de las memorias de Toribío, otros, en especial las mujeres, en silencio, tejen.

—Se fortalecieron a través de estos cultivos porque fue la forma como se financiaron estos grupos, a través de los cobros de impuestos, de la comercialización. Hoy es el combustible para todo el desorden que se ha generado dentro del territorio.

Dice el líder, que ese “combustible”, el del narcotráfico, les generaría a los Nasa, más dolor y crímenes contra sus guías espirituales y guardias indígenas.

De igual manera, por estas cumbres montañosas, donde hay sembrados de café, maíz y cultivos de pancoger, flores, frutos, se conservan bosques, hay lagos con trucha, y se divisan azulados y verdosos paisajes naturales, han caminado cientos de indígenas recuperando la tierra, tejiendo y protegiendo sus saberes como los mismos que en esta ceremonia buscan preservar.

—Hay que luchar por esos ideales, por ese plan de vida que la comunidad sueña, que hoy está diciendo: déjennos construir paz, déjenos ejercer un gobierno propio.

Los Nasa tienen su propia estructura de organización y sus normas como justicia comunitaria, parte de esto son sus controles, castigos o sanciones para quienes causan la “desarmonía”, es decir, cometen delitos o faltas. De acuerdo con la Constitución, los indígenas en Colombia son autoridades en sus territorios, tienen derechos a la propiedad colectiva y a la tierra. El pueblo Nasa integra el CRIC, creado en febrero de 1971, en Toribío, como un programa político y defensa de las luchas de etnias asentadas en el Cauca como son Nasa, Misak, Totoró, Kokonuco, Yanacona, Eperara Siapidara, Inga y Pubenense, y conforman la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, ACIN.

Nora Elena Taquinás Mesa es una de las líderes que lucha por la defensa de la vida. Solo espera que la armonía retorne a su pueblo, la cual se ha visto amenazada por grupos armados. / Foto: Luis Ángel.

Una de las lideresas que interviene es Nora Elena Taquinás Mesa, de 28 años de edad, de ojos negros y piel cobriza, dice que como comunidad deben fortalecer la parte espiritual, debido a que les dará fuerza para afrontar las dificultades y sanar las heridas.

Nora es víctima del conflicto armado. Cuando niña fue abusada sexualmente y luego desplazada. Su historia la narra con pausa, su voz es tranquila. 

—Me defino como una mujer en resistencia. Sufrí el abuso y el tema espiritual me ayudó a recuperar mi vida. 

Su experiencia, la llena de valor para luchar por los ideales de los Nasa, ideales que les enseñaron sus padres y que aprendieron junto a la tulpa, al fogón, en el seno de su hogar.

—A nosotros nos colocó la comunidad para ejercer una función y debemos cumplir con la guía de los mayores.

En ese diálogo de enero que marcó el camino en la defensa del territorio, acuerdan proteger a sus líderes y seguir con los controles.

Afuera del kiosko el clima se hizo más cálido. Ha dejado de llover. Se despejó el cielo y los indígenas siguen el camino.

Los mayores indígenas acompañan las mingas de la palabra y con medicina tradicional ayudan a sanar el territorio. / Foto: Luis Ángel.

Eliserio, thë’ wala, vuelve a tomar el aguardiente artesanal, rocía unas gotas en el piso y otras más en las tres piedras de la tulpa. Pide a los asistentes hacer lo mismo como un acto de agradecimiento con la tierra. Así cierra el ritual en la finca Torné, un lugar de armonización, donde por lo menos unos 20 indígenas cumplen castigos y trabajos comunitarios, impuestos por faltas cometidas, varios de ellos fueron capturados por traficar drogas.

Los indígenas regresan a sus parcelas y a sus quehaceres. Algunos saben que lo que viene no será fácil, conocen que quienes se quieren adueñar de sus territorios, lo harán usando las armas y el odio. Sin embargo, regresan con la consigna de vencer el miedo, defender la vida y su territorio ancestral como lo han hecho por más de 500 años.

Los indígenas del Cauca se reúnen en centros de pensamiento, como este kiosko, para conversar y buscar soluciones a sus problemas. / Foto: Luis Ángel.

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Una noche con la guardia

Una lucecita amarilla pálida se enciende y se apaga. Es el aviso a conductores de vehículos que circulan luego de las siete de la noche para que se detengan en el retén de control territorial que pusieron los kiwe thegnas (guardias indígenas) a dos kilómetros del casco urbano de Toribío. Los kiwe thegnas son los protectores del territorio, representan a la autoridad y el orden. Su labor es voluntaria.

Sobre la vía, hay atravesada una vara larga de guadua. Está pintada de colores verde y rojo que representan a los Nasa. El verde significa la naturaleza, y el rojo, la sangre que derramaron sus ancestros. En cada lado de la carretera hay diez guardias: hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas. Todos portan bastones de madera, linternas, algunos llevan puesto chalecos azules y se apoyan con un radio de comunicación. El territorio lo controlan sin armas.

Es un lugar oscuro y frío. Muy cerca hay algunas casas. A lo lejos se ven muchas luces que parecen pesebres, son los invernaderos de los cultivos de marihuana. De sonidos solo se escuchan el cantar de las ranas y los grillos. Es un viernes por la noche.

Entrada las 9:30 p.m. se acerca un vehículo. Es una camioneta gris cuatro puertas. La luz pálida de la linterna le indica que se detenga. Un guardia saluda y pide al conductor y pasajeros documentos. Otro revisa el carro por dentro. Y un tercer kiwe thegna, anota en un cuaderno de hojas desgastadas las placas y los nombres de quienes se movilizan. Los otros siguen al lado de la vía, muy atentos, expectantes porque desconocen qué personas están en la camioneta.

—Está limpio, puede pasar.

Autoriza el guardia en voz alta.

Revisa que todo esté orden, que no lleven armas y que porten los documentos. Los kiwe thegnas saben que esas son rutas de movilidad de grupos armados ilegales y de personas extrañas que desde 2017 frecuentan el territorio. El mismo proceso se repite cada vez que transitan motos y cualquier tipo de carros como las ‘chivas’ o buses escaleras que bajan de las empinadas montañas.

Este grupo lo lidera Édgar Tumiñá, coordinador de la guardia del Proyecto Nasa. Él es de contextura delgada, ojos negros achinados, nariz aguileña y de cabello liso, tiene 39 años de edad y lleva 22 en la guardia.

—Somos los protectores de la tierra y de la vida. Estamos armados de palabra, de un bastón y de mucha voluntad.

Explica que en Toribío, unos 500 indígenas integran este organismo de control social, entre niños, jóvenes y adultos. Ellos cumplen con los mandatos de la comunidad. Las últimas indicaciones son las de proteger la vida y garantizar la seguridad a sus líderes.

Édgar Tumiñá, guardia. / Foto: Luis Ángel.

—Tenemos una ruta de acompañamiento tanto a líderes como a personas foráneas que llegan al territorio. La primera medida es activar los puntos de control para brindar una seguridad en nuestros resguardos. Tenemos un esquema para los líderes que vienen siendo amenazados, muy reservado, muy propio de nosotros.

Édgar sabe que no es una labor sencilla y es riesgosa.

—En cualquier momento nos pueden disparar. Se han presentado varios casos. Han muerto muchos de nuestros compañeros. 

Suspira.

Una vara de guadua atravesada en la vía indica que hay un control de la guardia indígena. / Foto: Luis Ángel.
Al calor del fuego, niños y jóvenes que acompañan los controles de la guardia, se ríen y comparten saberes. / Foto: Luis Ángel.

La historia de la guardia indígena es ejemplo de lucha y de resistencia, pero también de dolor. Édgar recuerda el mes de noviembre de 2014, cuando las FARC asesinaron a su hermano Manuel Antonio Tumiñá, quiera era el coordinador de la guardia en la vereda Pueblo Viejo, y a su compañero Daniel Coicué Julicué.

—Antes teníamos solo a las FARC, ahora tenemos otros actores armados que han surgido de este posconflicto, entonces el riesgo ha aumentado, no solamente a los líderes sino a la comunidad en general.

De enero a agosto de 2019, fueron asesinados 37 indígenas del Pueblo Nasa del norte del Cauca, según informó la Oficina en Colombia de la Alta Comisionada de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. “Seis de ellas defendían los derechos humanos y pertenecían al proceso organizativo de la Cxhab Wala Kiwe Asociación de Consejos Indígenas del Norte del Cauca: cuatro guardias indígenas, un líder presidente de JAC, y una autoridad en ejercicio”.

Los homicidios más sensibles, que tienen en luto a este pueblo y debilitan el proceso organizativo, son el del médico tradicional, thë’ wala, Enrique Güejia, de Tacueyó; el coordinador de la guardia de Toribío, Gersain Yatacué, y los guardias Kevin Mestizo Coicué y Eugenio Tenorio.

En 2018 hubo en territorios ancestrales en el norte del Cauca, 46 crímenes. De esos, “26 hacían parte de alguna de las 21 comunidades; siete de ellas pertenecían directamente al movimiento de derechos humanos. De los indígenas asesinados, uno era un docente; una más líder; uno ex concejero de ACIN; otro una autoridad tradicional en ejercicio; dos guardias indígenas y dos personas personas “liberadores de la madre tierra”.

—Llevo el legado de mi hermano y de quienes han muerto defendiendo el territorio.

En medio de la conversación, señala una y otra vez, los alumbrados, los cultivos de marihuana.

—Eso es lo que nos está haciendo daño.

Se lamenta.

Las luces que se divisan en los alrededores de Toribío son los invernaderos de marihuana. / Foto: Luis Ángel.
Los miles de bombillos instalados en los invernaderos de marihuana generaron racionamiento de energía en Toribío. A mediados de este año, la Fiscalía ordenó corte del servicio energético en varios sectores del norte del Cauca. / Foto: Luis Ángel.

—No estamos tanto para decomisar el tema del narcotráfico, porque es un problema del Estado y quien realmente debe asumir es el Estado con su Fuerza Pública que por acá no se ve (…) Lo que le estamos diciendo al Estado es que lleguen con programas, con proyectos, a estas familias que viven de eso. No quiere decir que no estamos haciendo nada, como autoridad estamos haciendo acercamiento con ellos, estamos diciendo: ese no es el camino, deben darse un plazo ustedes mismos para que sustituyan los cultivos de manera voluntaria. Sabemos del daño que está causando a nuestros jóvenes y niños, igual no solamente para las comunidades indígenas de aquí, pues también estamos dañando la vida y la mente de muchos jóvenes a nivel del mundo.

Y tal como señala Édgar, la Policía y el Ejército no están presentes. En este recorrido en Toribío no hubo controles de la Fuerza Pública. Tan solo unos uniformados de la Policía prestando vigilancia en la misma estación, en cuyas inmediaciones hay vestigios de la guerra, casas y paredones destruidos. 

En la guardia también hay mujeres. Ellas prenden el fuego para generar un poco de calor. De la imponente cadena montañosa corre una brisa fría que penetra en los huesos de quienes no están acostumbrados a las corrientes de aire de la cordillera Central.

Preparan café y masitas, unas tortillas de maíz que fritan en aceite caliente. Pasadas las 10:30 de la noche ofrecen los alimentos a los kiwe thegnas. Hay risas durante la comida.

Una de las mujeres es María Medina, vive en una vereda cercana. Tiene 57 años de edad y con orgullo asegura que desde 2001 integra el grupo de control comunitario. María lleva puesto una ruana, un gorro de lana y carga el bastón que nunca lo deja porque siente que la protege.

Comparte que también hacen recorridos en las veredas, quebradas, caminan palmo a palmo el territorio. Los Nasa caminan las montañas para aprender de su cultura, hacerlo es parte de su educación desde niños.

—A mi me gusta porque es defender nuestra uma kiwe (madre tierra), es la que nos da comer.

Sus recuerdos reviven la época fuerte del conflicto armado cuando persiguió guerrilleros.

—Cuando va la guardia ellos se esconden, ellos se pierden con esas armas no pueden hacer nada más. Con el puro bastón, con eso nos vamos, y ellos se brincan.

El español de María es pausado porque domina su lengua materna el nasa yuwe.

También exalta la labor de la guardia, reconocida a nivel por liberar secuestrados, capturar guerrilleros, proteger a familias en medio de tomas insurgentes, por su ayuda para detectar minas antipersonales y haber sacado grupos armados legales e ilegales. Además acompaña y da orden en las grandes movilizaciones que históricamente han hecho los Nasa en defensa de sus derechos por la vía Panamericana, principal carretera internacional entre Colombia y Ecuador.

Cerca de María, a quien llaman mayora por respeto, hay dos jovencitas de 12 años de edad. Entre risas y juegos aprenden del control territorial.

Kelly Johana y Mareny están desde hace seis meses en el proceso de los kiwe thegnas. Cada tres noches entre las siete y las 12 están en el retén. Ellas duermen más temprano porque deben estudiar al día siguiente.

Al lado de los mayores están pendiente de que no pasen extraños, ayudan a servir el café, y escuchan los relatos y saberes ancestrales de este pueblo.

—¿Qué significa ser guardia?

Cuidar del territorio.

Responden entre risas e inocencia. Ellas esperan pronto portar el bastón aunque todavía deben aprender más para llevarlo.

Las mujeres preparan masitas de maíz y café para ofrecerles a los guardias. Ellas, junto a sus hijos, acompañan los controles del territorio. / Foto: Luis Ángel.

Otro punto donde vigilan los kiwe thegnas está a pocas cuadras del casco urbano, vía al poblado San Francisco. Allí, la rutina es similar. Esa noche, a través del radio se alertó que se robaron una motocicleta en una vereda cercana, los ladrones al versen acorralados abandonaron la moto y se tiraron al río. Los indígenas acordaron con rapidez hacer un barrido a la zona.

—¿Quién me acompaña?

Preguntó el coordinador de ese punto.

Dos adultos y tres niños dieron un paso al frente. Sin temor caminaron por la ribera del río. Luego de hora y media de búsqueda regresaron sin rastro de los ladrones, pero tranquilos por la labor, lo importante fue la revisión de la zona y alertar a los demás compañeros que hacen controles en el territorio.

La guardia ha inmovilizado carros, camionetas y motocicletas de altos cilindrajes. Por ejemplo, en el último año han detenido unas 400 motos por no tener documentos. Los indígenas dicen que la mayoría son robadas en Cali y municipios del Valle y norte del Cauca, las cuales son usadas para traficar droga y para la movilidad de quienes vigilan y hacen los negocios alrededor de la coca y de la marihuana.

El tiempo pasa entre controles, conversaciones y algunos chistes. Siempre están listos y como aseguran ellos: Çxhaçxha o fuerza fuerza, palabras que cantan en el himno de la guardia. El primer grupo se retira a la media noche y el segundo, en el amanecer cuando otros comuneros llegan a reemplazarlos. Esta rutina la repitan las 24 horas, sin importar sin son fines de semana o feriados.

Los kiwe thegnas tienen la vocación de servir y sobre todo defender sus tierras.

En los controles, los guardias indígenas solicitan documentos a conductores de carros y motos. De igual manera, revisan que no lleven armas. / Foto: Luis Ángel.

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Preservar el Plan de Vida

—Ser Nasa, es recuperar nuestra lengua

Ser gobierno, es no perder la historia

Ser comunidad, es volver a la parte espiritual

Ser territorio, es lograr la autonomía alimentaria

Si un pilar se cae, se cae la casa.

Con esas palabras, pronunciadas como inspiración, Jaime Díaz Noscué, líder indígena, de 53 años de edad, explica el sentir del Plan de Vida de los Nasa, la ruta que construyen los pueblos indígenas para su supervivencia física y cultural.

Jaime, bajito, de piel cobriza, ojos cafés y mirada profunda es uno de los indígenas que acompaña el trazar de este Plan, que empezó a repensarse en el 2015 con un derrotero a 2050. Al visionar la paz tras los diálogos que en ese año se adelantaban entre las FARC y el Gobierno, los Nasa, para contrarrestar el dolor y las pérdidas que dejó el conflicto armado, deciden fortalecer los espacios que los identifican: la familia, el gobierno propio, la comunidad y el territorio.

Jaime Díaz Noscué, líder indígena. / Foto: Luis Ángel.

Cuando los diálogos de paz llegaban a su fin, ellos en las mingas de la palabra, conversaban de su proceso comunitario y de lucha, que ha estado amenazado en distintos periodos. Primero, en las décadas de los setentas y ochentas con la apropiación de sus tierras por parte de terratenientes. Luego, desde los noventas hasta el 2016 tras el largo y tortuoso conflicto armado, y ahora, por la presencia de distintas bandas que se disputan las rutas del narcotráfico.

—Hemos resistido milenariamente ante una situación de invasión de nuestro territorio. Nos arrebataron la lengua materna y la religión propia. Nos siguen arrebatando las tierras. Resistimos a desaparecer como pueblo, como comunidad indígena que nos reconocemos. Resistimos a ese modelo extractivista que tiene el capitalismo. Seguimos en pie de lucha.

Sentencia Jaime, al hacer memoria del legado del padre Álvaro Ulcué Chocué, asesinado en 1984 por sicarios de terratenientes, dos miembros del F-2, grupo de inteligencia del Estado. En su pequeña oficina hay un cuadro del padre Álvaro que atesora con el alma porque lo recuerda como su “primer maestro”.  En 1983, Jaime empezó a trabajar en el proceso comunitario junto con el sacerdote, y desde esa época ha pasado por distintos cargos. Él ha sido concejal y candidato a la alcaldía de Toribío, promotor de programas sociales, fue coordinador del Plan de Vida Proyecto Nasa hasta el pasado mes junio, y ahora, es tuj thenas, antes llamado consejero, de la ACIN.

Él es otro de los líderes amenazados. Su nombre también apareció en panfletos. Pese a las amenazas denuncia atropellos y reclama derechos.

Para Jaime, el ataque a los líderes indígenas, a la guardia y a los sabedores espirituales es una forma de acabar con el Proyecto Nasa para debilitar el tejido social y organizativo.

—Quien monta la estrategia es el de afuera, eso es muy sencillo, al de afuera le conviene mucho quitar del camino nuestra resistencia civil.

De acuerdo con la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), 158 líderes indígenas fueron asesinados desde la firma del acuerdo de paz con el gobierno de Juan Manuel Santos, de ellos 94 murieron durante el mandato del actual presidente Iván Duque. Según la Defensoría del Pueblo, desde el 1 de enero de 2016 a la fecha han sido asesinados más de 460 líderes sociales entre indígenas, campesinos, defensores ambientales y activistas de derechos humanos.

Jaime reconoce que algunos comuneros pasan información a los grupos delictivos, trafican con droga y apoyan esas estructuras criminales. Menciona que el centro de armonización de Tacueyó, en la finca Torné, llegó a tener hasta 60 indígenas presos por tráfico de sustancias psicoactivas.

—Hemos acusado al gobierno y a la Fuerza Pública de tener una estrategia. Los indígenas fueron capturados con cinco libras, con 10 libras, con dos arrobas (marihuana), pero de aquí (norte del Cauca) salen cinco toneladas y pasan hasta Buenaventura sin que nadie los toque.

Su denuncia se refiere a que los operativos son contra los más pequeños, pero no detienen a los grandes ‘narcos’.

En Toribío enfrentan el problema. Adelantan diálogos con las familias para la erradicación voluntaria. Además, se asesoran y hacen reuniones comunales para encontrar la ruta legal que lleve a transformar los cultivos de marihuana o cannabis en uso medicinal. En Colombia, el Ministerio de la Protección Social entre 2016 a junio de 2019 otorgó 97 licencias, de esas seis están en Cauca, en los municipios de Corinto, Popayán, Santander de Quilichao y Caloto.

Jaime es uno de los indígenas que tiene esquema de seguridad por parte del Estado. La Unidad Nacional de Protección (UNP) en abril de 2018, le dio un vehículo y dos guardaespaldas de carácter diferencial, son de la región y no portan armas. También le entregan 550 mil pesos para combustible, con lo que compra 55 galones de gasolina y tan solo le alcanza para moverse en dos semanas, luego está obligado a parquear el vehículo al no tener el dinero para tanquearlo de nuevo, y prefiere, por economía, moverse en su motocicleta.

Sobre esta situación, el director de la UNP, Pablo Elías González Monguí dijo que los protegidos deben “racionalizar el consumo de combustible, deben racionalizar el uso de los vehículos, teniendo en cuenta que muchos son blindados y para terrenos escarpados resulta difícil”. También aseguró que la UNP, en todo el país protege más de 200 líderes indígenas y tienen alrededor de 16 programas de protección colectiva con enfoque diferencial y con fortalecimiento de la guardia indígena, uno de esos programas está en Cauca.

Una mujer indígena, miembro de la guardia, conversa con un motociclista. Ella presta vigilancia cerca del parque principal de Toribío. / Foto: Luis Ángel.

Pese a los crímenes y liderazgos amenazados, el Plan de Vida de los Nasa es fuerte. Desde el pasado mes de junio, empezó a funcionar una estructura colectiva como autoridad que la llaman los nehwesx. Sumado a esto reforzaron el proceso de recuperación de la lengua nasa yuwe y su mecanismo de justicia propia. Se mantiene el esquema organizativo de empresa comunitaria, entre las que destacan los jugos Fxize, las truchas marca Juan Tama y una trilladora de café. Las mujeres transmiten los saberes de los tejidos de mochilas y de la siembra de la huerta. Pero, sobre todo, sus liderazgos siguen en pie de lucha defendiendo su derecho a la vida y a la palabra.

Una madre peina a su hija, mientras juntas esperan a compradores en un puesto en la plaza de mercado. Allí el ambiente es acogedor. / Foto: Luis Ángel.

Toribío y su gente, también se están sanando de los dolores del pasado. Ahí hay un aire tranquilo, pese a los últimos hechos de violencia. El sábado, día de mercado, las chivas bajan de las montañas cargadas de indígenas y repletas de plátano, yuca, frutas y café. La plaza es colorida y huele a campo, se consiguen tomates, maíz, fresas y carne, todo es fresco. Algunos hacen trueques, prácticas tradicionales que perviven. Por ejemplo, se cambian gallinitas por arroz o ropa. A un costado de la plaza, están las mujeres, unas cargan en sus espaldas a sus niños, mientras conversan tejen mochilas, y ríen. Los niños y niñas juegan en el parque. Los hombres hacen sus negocios, toman tinto y dialogan entre todos.

El ambiente es acogedor, ambiente que esperan no termine por los grupos armados que en los últimos días provocaron desasosiego en un territorio que está en constante búsqueda del Wëth Wëth Fxizenxi o del buen vivir.

En Toribío se respira tranquilidad, pese a los recientes hechos de violencia. Este pueblo, es conocido por haber afrontado más de 600 ataques durante el conflicto armado. / Foto: Luis Ángel. 

Este trabajo periodístico fue publicado originalmente en Agenda Propia, una iniciativa de co-creación periodística especializada en pueblos indígenas y grupos minoritarios.

About The Author: Redacción Vokaribe

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