Sus cuerpos dicen la verdad: la importancia de reconocer las violencias sexuales en el conflicto armado

Por Isabella Escobedo Söntgerath

Es imposible hablar del conflicto armado colombiano sin mencionar los territorios. Se ha hablado de ellos en relación a los desplazamientos forzados, a despojos, a explotación. Pero también es necesario seguir hablando de cómo los cuerpos de las mujeres y personas LGTBI han sido atacados, violentados como el territorio, de cómo han sido convertidos en un botín de guerra. Más de 25 000 casos de violencias sexuales se registraron en el marco del conflicto armado entre 1985 y 2018. Se habla de violencia en plural para evidenciar que no existe una única forma de violencia, sino que sus manifestaciones, que van desde el acoso hasta la esclavitud sexual, son tan diversas como los perfiles de sus perpetradores. Según los datos del Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, en el 91% de los casos las víctimas fueron mujeres o niñas y en el 1% personas de sexualidad diversa. No obstante, hay certeza de que el subregistro es alto para todos los crímenes y que lo es todavía más para los casos de las personas LGTBI.

Las violencias sexuales durante los conflictos armados son las más silenciadas y las menos admitidas, tanto por parte de las víctimas, que temen hablar, sienten vergüenza y en algunas ocasiones incluso culpa, como por parte de los perpetradores, que prefieren callar porque en muchos casos consideran incluso que sus actos no son un delito y por parte de la sociedad, que no quiere escuchar. Como escribe Rocío Martínez, investigadora del Centro Nacional de Memoria Histórica, en el Informe nacional de violencia sexual en el conflicto armado: “es mucho más fácil confesar el despojo, el desplazamiento forzado e incluso el asesinato, (…) sobre la violencia sexual impera un profundo sentido moral que la convierte en un crimen horrendo, que denota, no la inhumanidad de las víctimas, sino la de los victimarios“ (Centro Nacional de Memoria Histórica, La guerra inscrita en el cuerpo. Informe nacional de violencia sexual en el conflicto armado, CNMH, Bogotá 2017.). Asimismo, la normalización de la violencia sexual en la sociedad machista y la tendencia a culpar a  las víctimas, llevan al gran silencio que dificulta el proceso de esclarecimiento. 

Mara Viveros Vigoya, antropóloga e investigadora de estudios de género
Foto: Mónica Valdés

Diversas organizaciones sociales feministas, de mujeres, mixtas y redes regionales y nacionales, llevan años luchando por nombrar los crímenes contra las mujeres y las personas LGBTI. Comenzaron este trabajo incluso en medio del conflicto y desde luego antes de que surgieran las instancias del Sistema Integral de Verdad, Justicia y Reparación. Pero es en el marco del trabajo de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición que el pasado 26 de junio se logró dar un gran paso más en el proceso de esclarecimiento y reconocimiento de estos delitos. En el primer encuentro por la verdad las protagonistas fueron mujeres cisgénero, hombres y mujeres trans y personas homosexuales víctimas de violencias sexuales y las organizaciones que las han acompañado y de las cuales son parte. También asistieron representantes del gobierno y excombatientes de las FARC-EP y grupos paramilitares, para escuchar y reconocer algunos de los miles de casos de violencias sexuales. 

Durante las cuatro horas que duró el encuentro en el Teatro Adolfo Mejía en Cartagena, 30 víctimas contaron sus historias. Algunas lo hicieron en persona sobre el escenario, otras en un mensaje de video o audio, y unos pocos testimonios fueron leídos por representantes de instituciones oficiales. Pero, en todos los casos, empapando a las y los presentes en dolor, en incredulidad, en vergüenza. 

La recurrencia de las violencias sexuales como estrategia de guerra, fundamental en el engranaje del conflicto, es algo tan común como silenciado en todas las guerras. En la historia destacan los casos de violencias sexuales durante la Segunda Guerra Mundial en Japón, la Guerra de Bosnia y el Genocidio de Ruanda entre otras.

Mujeres de las colonias de Corea, Taiwán y China eran reclutadas y secuestradas como esclavas sexuales por militares japoneses. Haciéndolas creer que las llevaban al extranjero a trabajar en restaurantes o fábricas y así podrían enviar dinero a sus familias, en realidad eran deportadas a burdeles militares. Allí, donde en un horrible eufemismo se las denominaba como “mujeres de consuelo”, eran sometidas a la esclavitud sexual, siendo violadas día y noche y en algunos casos esterilizadas forzosamente. Las cifras de cuántas mujeres sufrieron estos vejámenes varían entre 20.000 y 400.000, según la fuente. Durante la Guerra de Bosnia se cometieron violaciones masivas y sistemáticas a mujeres y niñas musulmanas por parte de las fuerzas serbias cristianas. Eran legitimadas como herramienta para la limpieza étnica y el genocidio, con la atroz ideología de que se podría sembrar el cristianismo en mujeres musulmanas a través de embarazos forzados. Aunque posteriormente estos crímenes fueron reconocidos como instrumento de guerra, hasta hoy muchos de los perpetradores siguen impunes. También durante el Genocidio de Ruanda en el año 1994, cientos de miles de mujeres y niñas fueron violadas, maltratadas y explotadas de manera organizada y sistemática por los líderes militares hutu, con el fin de exterminar la etnia tutsi.

Estos casos muestran de manera ejemplar que la violencia sexual no es fortuita, sino que se adapta a las lógicas y estrategias de la respectiva guerra. Por ende, en el conflicto armado colombiano la violencia sexual está sobre todo relacionada al afán de control de los territorios. Se utilizó como medio de comunicación, para sembrar terror y emitir mensajes de dominio a los actores de la guerra. A través de cuerpos violentados y exhibidos, se manifestó que las personas eran dominables, que su integridad, al igual que los territorios, no les pertenecía. Y es por esto que las comunidades afro, los pueblos indígenas y la población campesina, cuyas identidades están ligadas a sus territorios y a sus comunidades, han sufrido especialmente, pero no exclusivamente, las violencias sexuales. También son numerosos los casos de violencias sexuales contra mujeres y niñas en las ciudades, en las que los grupos armados intentaban controlar los barrios y las vías de acceso y salida. En la estigmatización de territorios como territorios enemigos, antes y especialmente después de la irrupción de un grupo armado, se estigmatizaban también los cuerpos de la población habitante en ellos como incómodos o adversarios. Dominandolos y aniquilándolos, por medio de la muerte o las violencias, los armados podían ejercer el control territorial. 

Las comisionadas y los comisionados de la Comisión de la Verdad, el Esclarecimiento y la No Repetición
Foto: Mónica Valdés

Es importante dejar de entender las violencias sexuales como un daño colateral, como algo inevitable y una forma de violencia más en los conflictos armados, y empezar a verlas, rechazarlas y penalizarlas por lo que son: estrategias de guerra y violencias organizadas. La investigadora Elizabeth Wood ha analizado en su trabajo las violencias sexuales y concluido, que estas sí son evitables:      

Pero las violencias sexuales no son sólo engranaje del conflicto armado, sino reflejo de una sociedad racista, homofóbica y machista. Esto se evidencia en el hecho de que las víctimas de estas agresiones son mayoritariamente  mujeres, especialmente afros e indígenas, y personas LGBTI, quienes sufren de discriminación social e institucional. Los cuerpos de las mujeres afrocolombianas han sido sexualizados, objetivados y clasificados como apropiables desde la época de la conquista y la colonización  española y sufren de esta discriminación hasta el día de hoy. En el caso de las mujeres indígenas, se han legitimado las violencias adjudicando a su cultura cierta laxitud sexual y asignándoles una condición de inferioridad. Las personas homosexuales o transgénero son vistas como anómalas, y las violencias sexuales contra ellos han sido utilizadas como castigo, pero también como estrategia de corrección o aniquilamiento de algo calificado como transgresor. 


El encuentro de la Comisión de la Verdad cerró con una invitación a la reflexión: ¿Qué sociedad ha hecho posible que estos crímenes sucedan, y  que, además de eso, sean silenciados durante tantos años? En vista de que las violencias sexuales se perpetúan en todos los conflictos, y muchas de ellas todavía están impunes, cabe esperar que este sea el comienzo de un proceso mundial, en el que no solamente las voces de las víctimas sean escuchadas, sino consideradas como piezas esenciales para entender los múltiples porqués de los conflictos. La guerra se ha inscrito en sus cuerpos, la guerra se ha escrito con sus cuerpos y por eso, sus cuerpos dicen la verdad.

About The Author: Redacción Vokaribe

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