Ilustración y texto: Nico Rueda
Nueve días después de la marcha del orgullo LGBT y ya no hay comunidad. Volvemos a hacer y ser eso que es barrera y cerrojo. Los normados aún comentan en los pasillos que tanta pluma y tanto marimacho es lo que permite que aquellos otros nos vean como enfermos.
Hay otros que mirando alrededor hacer un ‘check list’ y no encuentran agenda, así que miran al sótano. En aquel oscuro lugar encuentran la fuente del arcoíris y alzan una bandera que no conocen. Hay otros que se acuestan a dormir en paz, aún siendo ese micropoder que ayuda a perpetuar el círculo de pobreza y violencia. Otros tantos mueren sin haber abierto sus alas; sin poder haber alzado su voz. Otros tantos jamás confiesan aquel deseo de ser y parecer. Otros siguen siendo y pareciendo, pero jamás sin temer.
Aún entre todos se siente el desgaste de ser tan nombrado y manoseado con más morbo que ética. Aún soñamos los nuevos comienzos, la paz y la certeza de gozar algún día de los derechos que, por ser una persona libre e igual ante la ley, son inherentes a todes.
Aún nos levantamos con la duda y la certeza jalándonos de un lado a otro. Aún nos levantamos con las ganas de alzar la voz y la alzamos; a veces la alzamos.
Hoy también se escucha por pasillos y muros que aquí estamos y que aquí estaremos. Que los tacones, las hormonas, el cuerpo y su exposición y/o sobre exposición es nuestra arma más fuerte. Que alzamos nuestras notas, pinceles, megáfonos, banderas, bombachas y lo que sea necesario para generar aquella visibilidad que se nos había y se nos es negada. Porque no aceptamos que nadie hable por nosotres. Porque queremos contar nuestras historias, que nadie nos cuente porque cuando nos cuentan, nos cuentan mal. Que no nos van a silenciar y que es tiempo de la revolución trans.